Tanto en los sectores ad
intra y ad extra de la Iglesia se ha hecho sentir que el Papa Benedicto XVI
es blanco de un ataque desestabilizador, a esto
agregándole su avanzada edad, las enfermedades propias de un anciano de
su edad y los escándalos que se han suscitado durante su pontificado.
Para muchos especialistas
en temas del Vaticano se afirma ya de un
fin de pontificado. Y aunque muchos quieran hacer sentir que Benedicto es un
Papa fuerte, es quizá una verdadera utopía, ya que no es un Papa ni débil ni
fuerte, más bien es un Papa afianzado y
seguro de lo que ha emprendido.
Ratzinger conoce muy bien
los tejes y manejes de la Curia ,
por lo que sabe lidiar con los lobos y los buitres que a diario lo merodean.
Desde el comienzo del
pontificado, la acción y las palabras de Benedicto XVI han sido presentadas de
un modo distorsionado que ha producido continuas incomprensiones en la opinión
pública.
Pero no podemos
negar que el Papa
Ratzinger está bajo ataque, un ataque que no solo viene de fuera sino
desde dentro. Desde la conferencia de Ratisbona con las protestas de los
musulmanes a la liberalización de la
Misa por el rito antiguo y el levantamiento de la excomunión
a los obispos lefebvrianos; desde el escándalo de los abusos sexuales de
sacerdotes a los comentarios en el viaje a África sobre el sida y los
preservativos; desde la creación de “ordinariatos” para recibir a los
anglicanos a nombramientos de obispos que hubieron de ser rectificados (como el
de Stanislaw Wielgus como arzobispo de Varsovia, que resultó haber sido un
informador de la policía secreta).
El primero procede de “lobbies y
fuerzas” exteriores a la
Iglesia , interesadas en desacreditar al Papa. Este
conglomerado de grupos esta conformado por
fuerzas laicistas, grupos feministas y gays, laboratorios farmacéuticos que
venden productos abortivos, abogados que piden indemnizaciones millonarias por
los casos de abuso. Pero el caso en
estos grupos es que es demasiado heterogéneo para que se pueda hablar de una
acción común organizada, pero todos coinciden en ver a la Iglesia y a Benedicto XVI
como los principales obstáculos para sus propios objetivos e intereses. En
medio de una sociedad occidental maleable, el pontificado de Benedicto XVI
resiste contra la “dictadura del relativismo” y propone otros valores
contrarios y diferentes a lo que
proponen los medios de comunicación y las grandes transnacionales.
Las
distorsiones que llegan desde este frente se han visto de modo especial en el
escándalo de los abusos sexuales, en el que se ha pretendido presentar a
Ratzinger como tibio a la hora de tomar medidas. Aunque es importante destacar
que si alguien ha sido duro contra los sacerdotes abusadores ha sido el
cardenal Ratzinger cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe , aunque tuviera que discutir
a veces con algunos obispos y aunque en
su tiempo no haya podido tocar a Marcial Maciel por ser intimo protegido de
Juan Pablo II.
El segundo enemigo, que actúa como
fuerza de apoyo del primero, está constituido por los católicos –también
sacerdotes, obispos y uno que otro Cardenal - que ven a Benedicto XVI como un
obstáculo para su proyecto de reforma de la Iglesia. Ellos han
venido defendiendo una interpretación del Vaticano II como una ruptura con lo
anterior, idea que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han descartado. Por
eso, al estilo de Hans Küng, acusan al Papa de traicionar un supuesto
“espíritu” del Concilio, que tiene muy poco que ver con los textos conciliares.
La
acción de estos enemigos de dentro ha alimentado las controversias sobre la
mano tendida a los lefebvrianos, las tensiones ecuménicas que podrían crearse
por la acogida en la Iglesia
de los anglicanos tradicionales, los nombramientos de obispos que suponen una
pérdida de influencia para ellos entre otras cosas.
El tercer enemigo procede
de lo que podría calificarse de “fuego amigo”, los funcionarios de la curia
vaticana que no saben ayudar al Papa. Son enemigos involuntarios, que por su
imprudencia o su incompetencia, son los peores relacionistas públicos. También
hay que tener muy en cuenta las
dificultades de comunicación y la inexperiencia de la Santa Sede , en la época de Internet, de las redes
sociales, y de la telefonía móvil que hace que las noticias se difundan
rápidamente a millones de personas. Si ante una noticia falsa o un ataque no se
responde en pocas horas, las posibilidades de réplica se pierden.
Además Benedicto XVI se enfrenta a la sombra de su antecesor quien era un experto en
manejar los medios quiza porque durante la Guerra Fría , la Iglesia –y en particular
Juan Pablo II– desempeñaba un papel importante, “por su influencia en Europa
del Este era una espina clavada en la Unión Soviética.
Una vez caído el imperio soviético cambiaron los parámetros y los intereses
prevalecientes. La Iglesia
no era ya un puntal, sino un obstáculo, un elemento de conservación, un
potencial contrapoder. Desde hace una veintena de años, está en curso un
proceso de continua erosión del prestigio del Vaticano a través de los medios
de comunicación.
Como dice George
Weigel, escritor católico estadounidense y autor de una biografía de Juan Pablo
II, el Papa encarna el último obstáculo institucional frente a lo que él ha
llamado la ‘dictadura del relativismo’”. La agenda de estos coincide a menudo
con la de aquellos católicos que anhelaban otra Iglesia: “Como con Juan Pablo
II, los enemigos de Benedicto XVI se niegan a discutir sus ideas. Se limitan a
denunciar y se lamentan de lo que, erróneamente, pintan como una teología
conservadora”.
El
vaticanista estadounidense John Allen reconoce que gran parte de la cobertura
mediática de Benedicto XVI, a propósito de la crisis sobre los abusos sexuales
y de otras materias, ha sido injusta. Pero no cree que haya una campaña, sino
la confluencia de cuatro problemas: “La alta tasa de ‘analfabetismo religioso’
que caracteriza a los periodistas; el escepticismo instintivo de los
periodistas ante las instituciones y la autoridad; las presiones para adecuarse
a tiempos cada vez más cortos dentro de la cultura de la ‘noticia instantánea’,
típica del siglo XXI; y, por parte de muchos funcionarios de la Iglesia , un enfoque hacia
la comunicación que revela muchas incapacidades y que a veces es
contraproducente”.
Es por eso que
Benedicto XVI aun en momentos difíciles y turbulentos, con su apariencia frágil
y débil ha sabido imponer su fortaleza.
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